En el Nuevo Capitalismo, la vida humana es una mercancía. Eso le hace diferente a cualquier otro sistema donde solo una parte de ella, el trabajo, lo era. Sin embargo, ahora toda la vida humana y cada uno de sus momentos responden a ese criterio mercantil. Y lo hace o bien directamente en la producción capitalista, vendiendo su trabajo cada día, o bien produciendo beneficio en el consumo. Usted y yo somos, por lo tanto, mercancías y como tales tenemos un valor determinado: y nada más.
¿Cuánto vale una vida humana? ¿A cuanto cotiza la persona? En
realidad, eso depende del Mercado. Y es lo que nos está demostrando cada día la
epidemia de COVID y sus diferentes olas, porque en cada una de ellas el valor
de los seres humanos, el suyo y el mío y el de todos, ha ido decreciendo
En la primera ola, la vida humana estaba en su precio más
alto y por lo tanto perderla era una acción de mercado impropia: podía crear
una situación de pánico que siempre es mala para las finanzas. Si bien se dejó
morir a un montón de ancianos, que en la perspectiva mercantil eran inservibles
ya para la producción y poco útiles para el consumo e incluso deficitarios al
cobrar una pensión, el temor a provocar un mal ajuste financiero cuando el
número de muertos aumentara entre la población útil para la producción y
altamente rentable para el consumo, hizo que los gobiernos de todo el mundo
tomaran medidas drásticas desde restricciones hasta el confinamiento. Fue un
buen momento para el mercado de vida humana, y si yo fuera un emprendedor o
hubiera recibido Emprendimiento en vez de una materia como Filosofía
o Ética, hubiera comprado
acciones de vida humana y habría especulado hábilmente con ellas.
A partir de esa primera ola, y de acuerdo con el mercado
bursátil, la vida humana fue perdiendo valor, especialmente cuando la selección
de la mortandad se fue haciendo cada vez más específica y se pudo comprobar
económicamente qué un número determinado de muertes resultaba más rentable que la
paralización de la propia economía capitalista. Entre el debe de los fallecidos
y damnificados y el haber de los beneficios económicos, salía claramente
vencedora la producción capitalista frente a las personas. Así, a partir de las
siguientes olas se fue volviendo cada vez más laxa la lucha contra la epidemia
por parte de las administraciones, y de cualquier ideología, situando ya como
una prioridad absoluta el beneficio económico de las otras mercancías y bajando,
con ello, en el mercado bursátil el valor de la mercancía persona.
Y en la actualidad, con la sexta ola, las acciones bursátiles
de la vida humana ya apenas tienen valor, están prácticamente por los suelos.
Ni yo, que no di Emprendimiento, las compraría.
De esta forma, en la sexta ola la vida humana vale poco. La
baja laboral se ha convertido en una vergonzante autobaja con un diagnóstico
casero: ¿recuerdan a nuestra abuelita diciendo este niño tiene fiebre? Y el
alta laboral ya no guarda relación con el médico o la salud, sino que se
autodiagnostica por las horas perdidas de producción laboral y se adelanta cada
vez más en consecuencia. La libre marcha de la economía -traduzco: del
beneficio capitalista- implica la libre expansión del virus: caiga quien caiga.
Como ha dicho Ayuso, la
lideresa de los empresarios autonómicos, hubo un tiempo en que fueron
presidentes de las autonomías y tenían un cargo político y no meramente
administrativo contable, el mejor hospital es la casa: en breve, ya no
habrá hospitales públicos.
La sanidad desmantelada. La educación destruida. Las
pensiones y los salarios en permanente pérdida adquisitiva. Los consejos
administrativos de la empresas autodenominadas partidos y sindicatos de la
autoproclamada izquierda callados o discutiendo de la diversidad y el bienestar
animal. No hay dinero público para
servicios sociales. Sólo hay 35.000
millones para ayudar a la banca, que retira sucursales y abandona a los
viejos, ya saben: mercancías prescindibles, que se unen a los 54.000 millones
que ya les dieron antes y el estado considera perdidos, sin que ni siquiera haya
desahuciado para resarcirse ningún chalet o, al menos, un yate pequeñito. Y
solo hay, por ahora, 1.000
millones para rescatar a las empresas de las autopistas.
La nueva sociedad de dominio está aquí. Y usted y yo estamos
en el stock de mercancías esperando no ser eliminadas.
¿Cuánto vale la vida humana? Si yo hubiera comprado acciones
de vidas humanas, sin duda estaría vendiéndolas y cambiándolas por
criptomonedas o empresas energéticas o algo así. Por algo, desde luego, con más
valor en el Mercado.
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