El debate sobre la legalización o no de la prostitución tiene elementos fundamentales que analizar desde la filosofía. Lo que se está aduciendo para ilegalizarla y prohibirla es que no resulta moral vender el propio cuerpo. En contra de esta teoría, los que defienden la legalización de la prostitución presentan la idea de que siendo el cuerpo y la sexualidad un elemento privado y personal, no debería alguien ajeno decidir qué hacer con él. Por lo tanto, concluyen que si es mi cuerpo es mi decisión, por cierto argumento similar a la defensa del aborto del feminismo.
Nosotros vamos, sin embargo, a enfocarlo
desde un punto diferente. Lo que vamos a defender es que la prostitución ya
está legalizada absolutamente y se llama trabajo asalariado. Por lo tanto, la
única diferencia con la prostitución sexual es la parte del cuerpo que se vende
y, por ello, la prohibición de la prostitución sexual llama más a motivos
puritanos, pues se busca prohibir porque se trata de vender los genitales, que
en realidad a motivos morales sobre la dignidad de la persona, pues se callan
sobre el resto del trabajo asalariado.
La relación laboral asalariada es
estar obligado a vender algo que es propio, la capacidad de transformar la
realidad a través de la actividad humana, al mejor postor a cambio de una
mercancía, que se denomina dinero, para poder sobrevivir. De esta forma, todos
los trabajadores, entre los cuales yo me incluyo por cierto, nos vendemos diariamente
a cambio de un salario y vendemos una parte de nosotros mismos para conseguir
dicho dinero: es lo que se llama Mercado Laboral. Yo vendo mis conocimientos
intelectuales y mi capacidad de transmitirlos a través de mi cerebro, un
albañil su fuerza física y habilidad constructiva y una, o un, prostituta su
habilidad sexual y, primordialmente, sus genitales. Lo interesante aquí es que
todos nos vendemos, nos prostituimos, pero mi venta como profesor en el
Capitalismo está legalizado, que alguien se venda como obrero también e incluso
que alguien se venda como director de una gran corporación de energía y suba la
luz a sus clientes. Sin embargo, grita el abolicionismo, es muy inmoral
venderse como prostituta sexual.
Lo lógico y coherente sería así
que si el trabajo asalariado, que es una clave fundamental de todo el sistema
capitalista, está legalizado debería estarlo también la prostitución sexual,
otra forma de dicho trabajo asalariado. Y por supuesto, esto no haría falta ni
decirlo, estamos hablando de la prostitución ejercida sin coacción externa y
voluntariamente, o al menos tan voluntariamente como yo voy a trabajar todos
los días. Porque sin duda, imagino que estaremos de acuerdo, también debe
prohibirse que a alguien le coaccionen para ser profesor, por ejemplo.
Así pues, la prostitución no
sería más que el trabajo asalariado actual, comerciando con una mercancía
concreta y determinada: la sexualidad. Y ese es en realidad el problema de
cierto feminismo, no todo, que tiene ese espíritu puritano, quizás debido a esa
sororidad que igual se exagera hasta llegar a ser monjitas. Efectivamente, para
este feminismo todo lo que sea sexual es sucio y debe prohibirse: desde la
prostitución hasta el porno. Sin embargo, seamos realmente radicales, es lo
mismo la venta de mi trabajo presuntamente intelectual que la venta del sexo
por parte de la prostitución. Seamos, repito, radicales de verdad: el trabajo
asalariado es repugnante moralmente, pero no sólo la prostitución sexual sino
toda la prostitución que diariamente hacemos la clase trabajadora. Seamos, en
fin, radicales: el trabajo asalariado es en sí mismo la conversión de los seres
humanos en medios para conseguir un fin que es el beneficio capitalista.
Pero, entonces ¿si yo tuviera una
hija, supongamos, me gustaría que fuera prostituta? Por supuesto que no. Sería
un error si dijéramos que la prostitución sexual y el trabajo de profesor, por
ejemplo, siendo ambos una venta de mercancía por un dinero, son exactamente
iguales. Hay trabajos más dignos que otros. Y su dignidad no se juzga en relación
a si se vende o no, pues todo trabajo al venderse es indigno, sino al impacto
que causa entre la propia comunidad social. Así, hay trabajos, más allá de que
todos sean una prostitución en la estructura capitalista, que beneficiarían potencialmente,
obsérvese el tiempo verbal, al progreso y, por tanto nos benefician a todos, y
los hay que no. Evidentemente, la prostitución sexual solamente satisface lo más
primario. Por tanto, su dignidad como tal actividad, no es elevada. Pero igual
que ocurre esto con la prostitución sexual, y es importante resaltarlo, tampoco
sería un trabajo digno el del trabajador de la industria armamentística o el
trabajo del director general de cualquier gran corporación eléctrica o
gasística que, aprovechando determinadas circunstancias, sube hasta la rapiña
los precios de sus productos. Para decirlo rápido: el trabajo de los altos ejecutivos
del IBEX35, por ejemplo, es como la prostitución sexual, y en realidad mucho más
indigno pues además perjudica a terceros directamente, cosa que la prostitución
sexual no hace.
Además, y esto es también muy
importante, el hecho de que un trabajo sea indigno no implica la indignidad de
la persona que lo realiza. Todas las personas tienen una dignidad inalienable
en sí mismas, por el mero hecho de ser personas, y que no guarda relación con el trabajo que ejerzan para ser
explotados, para ser prostituidos, en el Capitalismo ni tampoco con su posición
en la estratificación social. Tanto la prostituta como el director general del
IBEX35 o el tonto influencer, con su acción laboral no hacen el mundo un
lugar mejor. Pero, no lo hacen no por una acción personal moralmente
responsable sino estructural socioeconómica. Yo mismo, y usted hipócrita
lector, podríamos haber estado ahí. Por eso, tanto la prostituta como el
ejecutivo no pueden ser juzgados personal y moralmente por su situación en la
cadena productiva. Y por eso, como personas, se disocian de su actividad y
merecen nuestro respeto como personas más que como productores de beneficio
capitalista.
Cuenta Marx que a John Milton, autor
de El paraíso perdido, le compraron,
vuelvan a fijarse en el verbo comprar, sus versos por cinco libras. Yo, todas las mañanas
me levanto y vendo mis conocimientos de filosofía, que tampoco son muchos, para
conseguir dinero a cambio. Eso es prostitución. La única diferencia con este término,
en sentido estricto, es que yo no vendo nada que tenga que ver con mi
sexualidad, que tampoco probablemente me la comprarían y ustedes se lo pierden. Si es legal que yo
pueda prostituirme con la filosofía, con lo más excelso que hay, no cabe duda
de que la sociedad capitalista, y obsérvese que hablo del Capitalismo, debe
permitir la venta de la propia sexualidad. Al fin y al cabo, no nos pongamos
tan dignos: hace tiempo que usted y yo, y nuestros padres y nuestros abuelos,
nos prostituimos legalmente.
1 comentario:
Don Gustavo Bueno sabía decir q no es q tengamos un cuerpo,sino q somos un cuerpo.Decir "tengo un cuerpo para trabajar"- lo decía por la prostitución - era un resabio de esclavos.
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