La teoría política nunca debe ser
neutral o equidistante. La neutralidad en política es la mirada olímpica de los
dioses que, según se cuenta, paliaban su aburrimiento haciendo luchar a
troyanos y griegos. De hecho, es importante señalar la diferencia entre
neutralidad, o equidistancia, y objetividad, es decir: explicar la realidad
como es. Porque, el análisis político sí debe ser objetivo. Y lo que estamos leyendo
sobre el conflicto israelí y palestino es, precisamente, una ausencia de
objetividad, es decir: un apogeo de subjetividad parcial que, cuando menos,
llama al sonrojo intelectual.
La concepción general sobre la
guerra es que cuando se hace responde a la intención clara de ganarla y, por lo
tanto, inevitablemente y de forma necesaria, derrotar al enemigo. A partir de
ahí todo análisis parte de ese axioma, que se presenta como si fuera
absolutamente incontestable. Sin embargo, el axioma falla claramente en el conflicto
entre la organización terrorista Hamas y el criminal de guerra estado israelí.
Ninguno de los dos contendientes está realmente interesado en ganar la guerra, sino
precisamente en mantenerla. Y es así, porque este conflicto favorece a ambos en
un juego donde los muertos son puramente una serie de peones sacrificables.
Toca ahora, por consiguiente,
explicar por qué a ambos, y también a la comunidad internacional, les interesa
que la situación terrible de un Estado que oprime y crea una situación criminal
contra los palestinos, como es Israel, y una organización dictatorial y claramente
terrorista, que oprime a su vez a los palestinos como es Hamas, no quieran
ganar la guerra, sino mantener la situación para su propio predominio.
A Hamas le interesa mantener la
guerra de una forma permanente porque es la mejor manera posible de mantenerse
en el poder. La situación excepcional, que en este caso concreto no es más que
la situación normalizada, implica la posibilidad de introducir medidas
excepcionales, que se hacen comprensibles para la población frente al enemigo,
y eso precisamente es lo que hace la organización terrorista. Así, Hamas puede
controlar todo Gaza sin tener un solo opositor político, amparándose en el
estado de excepción permanente, que le permite no solamente el control interno
de la franja sino presentarse como un interlocutor válido a nivel internacional
e incluso ser apoyada, o por lo menos asumida, por toda la autoproclamada
izquierda occidental en su presunta representación de los habitantes de la zona
Palestina -nota: y obsérvese como no hemos utilizado el concepto pueblo
palestino-.
Del mismo modo, el estado israelí
-nota: obsérvese como no hemos puesto el pueblo israelí- busca
mantener la situación de guerra permanente, y con ello la comisión de sus
crímenes de guerra cuando no crímenes contra la humanidad, porque eso le
permite, en primer lugar, mantener la discriminación hacia toda una parte de su
propia población que son los israelíes de origen árabe. En segundo lugar, le
permita además situarse como una especie de gendarme de las potencias
occidentales en el norte de África, recibiendo por ello un apoyo que ningún
otro país, realizando los mismos actos criminales, recibiría. Además, la
existencia de Hamas, impide a Palestina ser más fuerte al dividirla en bloques
y frente a la opinión internacional, lo que beneficia el expolio israelí de sus
territorios. Por si esto fuera poco, la potente industria armamentística y de
seguridad de Israel, bajo la publicidad de ser probada permanentemente en conflicto,
consigue un beneficio inmediato. A todo esto, por último, hay que añadir que el
actual gobierno israelí de Netanyahu, que estaba en una profunda crisis ante su
recorte de garantías democráticas, ha corrido a declarar una guerra para salvar
sus propios sillones y, en el caso concreto del primer ministro, intentar
rehuir la condición más que probable de futuro presidiario.
A su vez, la comunidad internacional
se divide aquí en dos bloques cuyo interés es también que esa guerra sea permanente
o, cuando menos, que no haya prisa en su fin.
Al bloque árabe, islámico, la
permanencia del conflicto le permite presentarse ante sus poblaciones como
luchadores por los derechos de los creyentes, mientras que trabaja
incansablemente por negar cualquier derecho a su propia población, creyente o
no. Así, la pantalla ideológica, funciona. Además, no sabe cómo solucionar el
problema que implica, necesariamente, reconocer a Israel, sin que caiga dicha ideología
y por tanto el mantenimiento del conflicto salva la situación. Es la pura creación
del enemigo para esconder el crimen interno.
A su vez, el mundo occidental, tras
haber vuelto a destrozar oriente medio con la segunda guerra del Golfo que
permitió el auge del fundamentalismo islamista, utiliza a un estado, Israel,
como gendarme sucio de la zona, permitiéndole cometer crímenes de guerra y contra
la humanidad para salvaguardar sus bastardos intereses. Además, y de forma
aparentemente paradójica pero cierta, sustenta así a las dictaduras árabes,
especialmente a las del Golfo, propiciándoles un enemigo externo infiel y
permitiendo, a su vez, la barbarie organizada que esas mismas dictaduras
representan contra los seres humanos que habitan su territorio -nota: obsérvese
que no usamos ni musulmanes ni árabes.
A todo esto, la respuesta en
occidente de lo que vamos a llamar movimientos políticos, resulta a su vez
candorosamente repugnante.
Por un lado, la derecha clama,
angustiada desde la comodidad de su piscina privada, por el derecho de Israel a
defenderse, como si dicha defensa incluyera el bloqueo previo e impedir el
progreso de toda una población, a la cual sin ninguna medida democrática se la
considera como terrorista, y ante la cual se pueden cometer crímenes de estado
sin ningún rubor. Así, para la derecha los derechos humanos solo cubren a los
que tienen pasaporte israelí, siendo el resto una suerte de animales que bien
pueden limpiar su casa o su jardín, pero no compartir sus derechos.
Por otra parte, la autoproclamada
izquierda clama, angustiada desde la comodidad de su sofá, por la causa del
pueblo palestino, y mientras critica a los crímenes de guerra del estado
israelí, pone sordina, cuando no jalea, las acciones terroristas y criminales
de un montón de fanáticos musulmanes que creen firmemente que un arcángel se
presentó a un señor en el desierto para dictarle un libro.
La solución del conflicto es sin
duda muy difícil. De hecho, reconocemos que no sabemos cuál podría ser. Pero,
desde luego, sí sabemos que la situación actual denota por ambas partes, es
importante señalarlo, el cinismo. Es aquello que Orwell nos advirtió en su obra
1984: la guerra permanente como proceso ideológico para la dominación. Y
así, esto es llevado a 2023, con redes sociales de indignados de un bando y
otro y, eso sí, muerto reales que, a diferencia del videojuego permanente de la
indignación moral en un bando y otro que se juega en las redes sociales occidentales,
solo tienen la vida que ahora han perdido o están próximos a perder para
siempre.
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