martes, octubre 24, 2023

ISRAEL Y PALESTINA: LA GUERRA COMO BENEFICIO SIN FIN

 

La teoría política nunca debe ser neutral o equidistante. La neutralidad en política es la mirada olímpica de los dioses que, según se cuenta, paliaban su aburrimiento haciendo luchar a troyanos y griegos. De hecho, es importante señalar la diferencia entre neutralidad, o equidistancia, y objetividad, es decir: explicar la realidad como es. Porque, el análisis político sí debe ser objetivo. Y lo que estamos leyendo sobre el conflicto israelí y palestino es, precisamente, una ausencia de objetividad, es decir: un apogeo de subjetividad parcial que, cuando menos, llama al sonrojo intelectual.

La concepción general sobre la guerra es que cuando se hace responde a la intención clara de ganarla y, por lo tanto, inevitablemente y de forma necesaria, derrotar al enemigo. A partir de ahí todo análisis parte de ese axioma, que se presenta como si fuera absolutamente incontestable. Sin embargo, el axioma falla claramente en el conflicto entre la organización terrorista Hamas y el criminal de guerra estado israelí. Ninguno de los dos contendientes está realmente interesado en ganar la guerra, sino precisamente en mantenerla. Y es así, porque este conflicto favorece a ambos en un juego donde los muertos son puramente una serie de peones sacrificables.

Toca ahora, por consiguiente, explicar por qué a ambos, y también a la comunidad internacional, les interesa que la situación terrible de un Estado que oprime y crea una situación criminal contra los palestinos, como es Israel, y una organización dictatorial y claramente terrorista, que oprime a su vez a los palestinos como es Hamas, no quieran ganar la guerra, sino mantener la situación para su propio predominio.

A Hamas le interesa mantener la guerra de una forma permanente porque es la mejor manera posible de mantenerse en el poder. La situación excepcional, que en este caso concreto no es más que la situación normalizada, implica la posibilidad de introducir medidas excepcionales, que se hacen comprensibles para la población frente al enemigo, y eso precisamente es lo que hace la organización terrorista. Así, Hamas puede controlar todo Gaza sin tener un solo opositor político, amparándose en el estado de excepción permanente, que le permite no solamente el control interno de la franja sino presentarse como un interlocutor válido a nivel internacional e incluso ser apoyada, o por lo menos asumida, por toda la autoproclamada izquierda occidental en su presunta representación de los habitantes de la zona Palestina -nota: y obsérvese como no hemos utilizado el concepto pueblo palestino-.

Del mismo modo, el estado israelí -nota: obsérvese como no hemos puesto el pueblo israelí-   busca mantener la situación de guerra permanente, y con ello la comisión de sus crímenes de guerra cuando no crímenes contra la humanidad, porque eso le permite, en primer lugar, mantener la discriminación hacia toda una parte de su propia población que son los israelíes de origen árabe. En segundo lugar, le permita además situarse como una especie de gendarme de las potencias occidentales en el norte de África, recibiendo por ello un apoyo que ningún otro país, realizando los mismos actos criminales, recibiría. Además, la existencia de Hamas, impide a Palestina ser más fuerte al dividirla en bloques y frente a la opinión internacional, lo que beneficia el expolio israelí de sus territorios. Por si esto fuera poco, la potente industria armamentística y de seguridad de Israel, bajo la publicidad de ser probada permanentemente en conflicto, consigue un beneficio inmediato. A todo esto, por último, hay que añadir que el actual gobierno israelí de Netanyahu, que estaba en una profunda crisis ante su recorte de garantías democráticas, ha corrido a declarar una guerra para salvar sus propios sillones y, en el caso concreto del primer ministro, intentar rehuir la condición más que probable de futuro presidiario.

A su vez, la comunidad internacional se divide aquí en dos bloques cuyo interés es también que esa guerra sea permanente o, cuando menos, que no haya prisa en su fin.  

Al bloque árabe, islámico, la permanencia del conflicto le permite presentarse ante sus poblaciones como luchadores por los derechos de los creyentes, mientras que trabaja incansablemente por negar cualquier derecho a su propia población, creyente o no. Así, la pantalla ideológica, funciona. Además, no sabe cómo solucionar el problema que implica, necesariamente, reconocer a Israel, sin que caiga dicha ideología y por tanto el mantenimiento del conflicto salva la situación. Es la pura creación del enemigo para esconder el crimen interno.

A su vez, el mundo occidental, tras haber vuelto a destrozar oriente medio con la segunda guerra del Golfo que permitió el auge del fundamentalismo islamista, utiliza a un estado, Israel, como gendarme sucio de la zona, permitiéndole cometer crímenes de guerra y contra la humanidad para salvaguardar sus bastardos intereses. Además, y de forma aparentemente paradójica pero cierta, sustenta así a las dictaduras árabes, especialmente a las del Golfo, propiciándoles un enemigo externo infiel y permitiendo, a su vez, la barbarie organizada que esas mismas dictaduras representan contra los seres humanos que habitan su territorio -nota: obsérvese que no usamos ni musulmanes ni árabes.

A todo esto, la respuesta en occidente de lo que vamos a llamar movimientos políticos, resulta a su vez candorosamente repugnante.

Por un lado, la derecha clama, angustiada desde la comodidad de su piscina privada, por el derecho de Israel a defenderse, como si dicha defensa incluyera el bloqueo previo e impedir el progreso de toda una población, a la cual sin ninguna medida democrática se la considera como terrorista, y ante la cual se pueden cometer crímenes de estado sin ningún rubor. Así, para la derecha los derechos humanos solo cubren a los que tienen pasaporte israelí, siendo el resto una suerte de animales que bien pueden limpiar su casa o su jardín, pero no compartir sus derechos.

Por otra parte, la autoproclamada izquierda clama, angustiada desde la comodidad de su sofá, por la causa del pueblo palestino, y mientras critica a los crímenes de guerra del estado israelí, pone sordina, cuando no jalea, las acciones terroristas y criminales de un montón de fanáticos musulmanes que creen firmemente que un arcángel se presentó a un señor en el desierto para dictarle un libro.

La solución del conflicto es sin duda muy difícil. De hecho, reconocemos que no sabemos cuál podría ser. Pero, desde luego, sí sabemos que la situación actual denota por ambas partes, es importante señalarlo, el cinismo. Es aquello que Orwell nos advirtió en su obra 1984: la guerra permanente como proceso ideológico para la dominación. Y así, esto es llevado a 2023, con redes sociales de indignados de un bando y otro y, eso sí, muerto reales que, a diferencia del videojuego permanente de la indignación moral en un bando y otro que se juega en las redes sociales occidentales, solo tienen la vida que ahora han perdido o están próximos a perder para siempre.

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