Ni siquiera tras la LOMLOE el lenguaje es caprichoso. Por ejemplo, nadie en su sano juicio exige ser amado (sino que lo intenta o lo espera) ni pide, cuando no llega, su sueldo mensual (sino que lo reclama o lo demanda), porque solo se puede exigir -con armas y fuerzas apropiadas- aquello a lo que uno tiene derecho, mientras que cuando se trata de pedir algo, uno debe entregarse, en mayor o menor medida, a la voluntad del otro, con lo que desnuda la motivación de su deseo y queda a merced del solicitante. Tanto es así que, llegados a esta tesitura, cierta dosis de humillación resulta a veces la herramienta más persuasiva y -hasta cierto punto- honorable: podría ser peor, dicen por ejemplo quienes piden en el metro, porque “triste es pedir, pero más triste es robar”.
Pues bien, desde hace mucho tiempo, los sindicatos de la educación pública madrileña no exigen nada (aunque utilicen el verbo en sus redes sociales con el mismo sentido de la oportunidad con el que se ponen la camiseta verde en esas huelgas de primavera de los profesores -Lucía Figar dixit- cuando tanto favorecen); no, los sindicatos ya solo piden, esperan, tal vez incluso desean, un puñado de mejoras, unos bonus (días moscosos, cátedras, complementos salariales…) y lo hacen con mucho respeto y -diríamos- sentido de Estado. De hecho, la convicción de que desde hace mucho tiempo los sindicatos solo mendigan una limosnita y no exigen derechos laborales lo prueba el hecho de que hayan adoptado sin tapujos el lenguaje y el argumentario del más puro neoliberalismo económico.
Como se ha demostrado durante este curso académico, en efecto, el discurso de los sindicatos educativos (mayoritarios y no mayoritarios) se ha orientado, como otros muchos de la llamada izquierda política, con intentar ganar batallas del pasado, probablemente para no tener que incomodar así con guerras de futuro que nadie sabe qué disidente objetivo tendrían. De este modo, en lugar de exigir con firmeza una reducción de la jornada lectiva docente (hipertrofiada desde los recortes de 2008), prefieren decir que no se trata de querer trabajar menos (¡qué irresponsabilidad!), sino de trabajar mejor, y que por eso hay que cambiar el uso de esas horas por otro (la sombra de Esperanza Aguirre sigue siendo alargada). Con el mismo argumentario, que haría las delicias de cualquier CEO empresarial, los sindicatos madrileños no han reclamado que el profesorado madrileño cobre más, sino que piden que gane, al menos, lo mismo que en otras comunidades (españolas, no europeas, por supuesto).
Como puede verse, ni siquiera el mendigo del metro se atrevió a descender a tanto. Quizás porque él tiene dignidad y es consciente de que un exceso de retórica lacrimosa suele provocar el desprecio, antes que la compasión, del pasajero generoso. Y eso es precisamente lo que ocurrió cuando la Administración, sí, la implacable Administración de Ayuso-manos-tijeras, que parecía haberse obligado, motu proprio y casi por vergüenza torera, a poner sobre la mesa de negociación algunas medidas paliativas contra su propia desmedida (reducción de las lectivas en dos años, reducción progresiva de ratios…), se encontró con que, en lugar de tener de frente a los sindicatos representativos de la mesa, estos ¡se oponían a sus propios representados!
Y es que a estos se les había ocurrido la disparatada idea de reunirse en asambleas independientes de centro desde el principio de curso y, con el apoyo tangencial de sindicatos minoritarios, comenzaban a exigir (esta vez sin cursiva) sus derechos, con un programa firme de huelgas y manifestaciones. Pero ¡quiénes eran esos docentes para representarse a sí mismos y, sobre todo, para dar alas a los sindicatos minoritarios! Así que CCOO, ANPE, UGT y CSIF se pusieron de acuerdo para no secundar la huelga. Pero la huelga y sus manifestaciones resultaron un éxito.
Fue entonces cuando asistimos a uno de los momentos más fascinantes -solo literariamente hablando, claro- de esta trepidante aventura: la propia Administración, que olió la sangre de las luchas sindicales fratricidas y oyó el tintineo de la caja al plantearse las jornadas (inofensivamente puntuales) de huelga, decidió retirar su precaria propuesta de la mesa con un gesto teatral impecable: si hubieran sido más cultos que posibilistas, habrían rubricado su acción con esa frase lapidaria de la Historia que disfraza el cinismo político de dignidad: “Roma no paga a traidores”.
El caso es que después de la “cobra” administrativa sucedió lo esperable: marea verde moderadamente vistosa y pírricas victorias mediáticas, esta vez con el apoyo de los primos mayores sindicales y su músculo (es un decir) propagandístico.
Pero el mayor problema, a nuestro juicio, no lo ha constituido solo lo descrito. Lo más preocupante es que incluso entre algunos huelguistas va permeando ese discurso neoliberal al que nos referíamos arriba: ¿cómo vamos a perjudicar a nuestro alumnado con una huelga larga?; ¿por qué quejarse de salarios y de horas si aun con todo somos unos privilegiados?; ¿negarse a dar notas o a empezar el curso? Quiá, tenemos que dar ejemplo, los profes luchando también están enseñando (se ve que hasta nuestros ronquidos deben ser didácticos).
El 21 de junio se reunió la mesa sectorial, y uno se figura el momento como una escena de película de los años 50 donde un grupo de ricos mira la Corte de los Milagros para ver si invita a un pobre a cenar. Para preparar la reunión, los sindicatos mayoritarios y minoritarios han hecho públicas respectivas cartas cruzadas. Unos proponen hacer un frente común para ver si en septiembre hacen algo, con lo que obtendrían el gran resultado de igualar la propuesta inicial de la Administración, previa a las 5 huelgas. Los otros han dicho que es que están muy liados y que ya negocian ellos solos con los jefes (no se sabe el qué) y que si no están de acuerdo se indignarán de nuevo muy fuerte. En ese caso, ¿qué van a proponer para presionar a falta de una semana de curso?, ¿que en la última semana de clase (o de cuidados) no se pongan películas a los alumnos o que se hagan en los patios guerras de globos (verdes) de agua (quizás también verde) por la escuela pública? ¿Cómo no va a haber una desafección descomunal hacia los sindicatos?
Pero no hay que preocuparse demasiado. Es muy probable que la Comunidad de Madrid, Deus ex machina, se muestre magnánima en el desenlace y ceda a las pretensiones sindicales. Bien mirado, le da igual, porque ya ha ganado (literal y simbólicamente) y sabía además desde el principio que alguna medida tendría que tomar. Además, no solo ha ganado esta batalla, sino las muchas otras que ni siquiera se han luchado; ¿o es que alguien recuerda una movilización masiva por el hecho escandaloso e inconcebible de que en Madrid se subvencione el bachillerato (enseñanza no obligatoria) privado mientras faltan cientos de plazas públicas de FP, dinero para bajar las ratios, para terminar colegios e institutos…?
Puestos a pedir, habría que seguir el ejemplo del mendigo y acompañar al menos la letanía de mendicación con una amenaza latente: “más triste sería robar (y sabes que puedo hacerlo)”. Y dejarse de tanto simbolismo épico de los tiempos de las mareas, porque también los símbolos se desgastan si no se renuevan, como ese cauce verde que amenaza con empantanarse mientras recorre desengañado las tapias del Jardín Botánico y que solo a veces recuerda al del Bosque de Sherwood, ese lugar donde algún puñado de valientes sabía que a veces es legítimo robar a los ricos para dárselo a los pobres. Y es que a veces, sí, pedir es mucho más triste que robar. Al fin y al cabo, como en esta historia nuestra, quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, ¿no?
#HORMIGASROJAS
1 comentario:
En fin, más de lo mismo profesor.
Todo el mundo ya sabe que los sindicatos mayoritarios son "quintacolumnistas" y mientrastanto revientan toda fuerza de acción desde dentro. La "gauche gauchisme" que denunciaba Bernard Henri-Levy. Ellos cobran para neutralizaros Ellos cobran para que vosotros no cobreis. Roma sí paga a traidores, pero a los que traicionen a los suyos. Estas derrotas las conocí bien en otro tiempo y veo que sigue funcionando igual. Os prometeran "una gran batalla" y luego nada. Lo de siempre... Recordad que ellos no van a las barricadas, van "a las mariscadas".
Por otro lado, sobre la Educación yo no sé que decir.. quizás a los madrileños de cierta especie (y de cualquier sitio, todo es igual) no les importe que les roben "los suyos". Claro, "a los otros ni agua, pero a los míos les dejo que me roben, porque son los míos". ¿Qué se puede hacer ante este esperpento intelectual?
A veces hay que dar tiempo al tiempo y esperar a que los vientos sean favorables. El problema es que nunca se sabe cuando va a ocurrir eso y si ya será demasiado tarde.
Saludos y suerte
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