Ante
otra muerte relacionada con un partido de fútbol cuando menos hay que explicar
algunas cosas. Especialmente hay que explicarlas cuando a nosotros nos gusta el fútbol y, de hecho, somos socios de un equipo:
en concreto el Real Madrid ¿Tiene algo que ver el asesinato o ayer de una
persona con el fútbol? Sería muy fácil sin duda señalar que no, que es producto
de unos grupos incontrolados que matarían igual en cualquier otro sitio. Sin
embargo, y a los hechos nos remitimos, resulta que en la rebajas, en los paseos
en barca, en el hipódromo o incluso en las manifestaciones políticas no existe
tal número de muertos como en los partidos de fútbol. Por tanto, e
indudablemente a tenor de los hechos, el futbol guarda relación con esas
muertes.
Pero,
decir que el futbol guarda relación con ella
es igual a no decir nada. Porque de lo que se trata ahora es no sólo de
señalar sino de explicar qué relación guarda el fútbol con los asesinatos y la
violencia que se genera alrededor de él. Precisamente, este artículo va a
tratar de explicarlo.
Comencemos
por el primer responsable: la prensa. La prensa ha generado una importancia
extraordinaria en torno al fútbol. La calificamos como extraordinaria porque
nos resulta incomprensible desde todo punto de vista que un telediario pueda empezar por un partido
de fútbol que ni tan siquiera se ha jugado y, poniéndonos incluso en el para
más laxo posible, ni genera un campeón en una competición. Sí están atentos a
sus pantallas verán que cualquier partido acaba resultando ser el partido del
año, lo que hace, curiosamente, que al año pueda haber al menos una decena de
partidos de ese mismo año. Pero no es sólo eso en lo que interviene la prensa,
sino también en una idea que se está generalizando sobre lo que es un buen
aficionado al fútbol. Efectivamente, la prensa está señalando un nuevo ideal de
aficionado al fútbol. Para la prensa el buen aficionado debe ser aquel que
asista al estadio a animar a su equipo con cánticos, cuantos más horteras
mejor, y que deje a un lado todo criterio crítico sobre el futbol desplegado
por sus jugadores. Frente a eso, el buen aficionado según la prensa debe ser
aquel que busque animar a sus jugadores hasta el último aliento: una horterada
épica. Es decir: la prensa admira al borrego que pagando una entrada carísima
nunca dejará solo, como dice la repugnante y ñoña hinchada de Liverpool, a su
equipo. Ese tipo ignorante y acrítico, ese modelo de cualquier régimen
totalitario, no cabe duda que es el aficionado favorito de la prensa deportiva.
No hay más que ver que ésta ha acabado convirtiéndose en una misma prensa forofa
dejando a un lado su característica crítica o neutral y pasando a ser una
prensa adscrita a un equipo concreto. Algo, que comenzó en provincias y ha
acabado siendo un rasgo general de toda la prensa deportiva no sólo española
sino mundial. Así, la prensa busca un ideal de aficionado que es aquel que,
como ella misma dice, siente por encima de todo los colores. Es decir, que no
piensa durante el partido.
El
segundo responsable son los propios jugadores de los equipo de futbol que están
encantados con que los aficionados se transformen en un bloque de borregos acríticos
y siempre fieles. Quienes cobran un dinero muchas veces escandaloso, de acuerdo
sus escasas virtudes futbolísticas, podrían tener problemas ante una afición
verdaderamente entendida y técnica que señalara sus más que numerosos defectos
ante sus escasas virtudes. No hay más que ir a los campos de España para ver
que una inmensa mayoría de los jugadores no son sino unos tuercebotas esforzados,
sin duda honrados profesionalmente pero desde luego muy lejos de lo que es un
ideal del futbolista, que sin embargo están encantados de que la afición sienta
profundamente los colores y anime ante cualquier adversidad: especialmente si
esta es fruto de la propia inutilidad de los jugadores. Es decir, que la
afición no les pida responsabilidades de acuerdo a lo que son: profesionales de
un trabajo. Por eso, los futbolistas cuando acaban los partidos lanzan su
camiseta no a los aficionados sino a aquellos que más cantan, berrean y otras
formas de identificación característicamente primitiva. No hay que olvidar, en
este caso, que el sector de la afición madridista favorita de un tipo como
Mourinho y que le homenajeó al final, al
entrenador que menos títulos ha ganado con el Madrid en relación a sus año el
ejercicio, fueron los hoy afortunadamente defenestrados ultrasur cuyo conocimiento
del fútbol cabría en un billete de metro, en un sello de corren o incluso en su
propia materia gris. Así, los profesionales del deporte, jugadores y
entrenadores y demás integrantes de esta profesión, buscan igualmente una afición
aborregada, que no les exija nada de acuerdo a sus portentosos sueldos sino
sólo una máscara de lucha y un besarse el escudo cuando meten un gol como si no
supiéramos que cobran por hacerlo.
El
tercer responsable es sin duda la propia estructura de los clubes. Es sin duda
ingenuo pretender que los grupos ultras viven ajenos a la estructura característica
de un club de fútbol. Ultras hay en todos y cada uno de los clubes y éstos los han
financiado, sostenido, alentado y soportado. Al fin y al cabo, como se
demuestra en el Atlético de Madrid, en el Barcelona o en el Real Madrid, si
bien en los dos últimos hay que reconocer que ya no últimamente, la estructura
administrativa de los clubs ha utilizado los ultras como una especie de guardia
pretoriana dispuesta siempre a defender a la directiva de turno por encima de
la defensa de los intereses del club como institución. Así, resulta repugnante
que los propios clubes se presenten como víctimas de aquello que ellos mismos
no sólo han creado sino que protegen y defiende.
Pero
detrás de todo esto existe también un anhelo de falsedad. Este es el anhelo de
la inexistencia de la responsabilidad individual, de la idea de que en el fondo
los individuos no son más que un proceso social sin voluntad propia. El
principal responsable de los hinchas radicales son precisamente los hinchas
radicales. Hay que ser sencillamente un imbécil integral para pelearse por un
partido de fútbol o para insinuar ni tan siquiera que lo más importante de tu
vida es tu gusto por un equipo de eso que se llama balompié. No cabe duda de
que pueda haber gente cuya vida sea tan pobre que lo más importante en ella sea
una acción que se realiza cada domingo por otros que no es él mismo, y si tiene
suerte y es hincha de un equipo con poder económico también a mitad de semana. De
esta forma, sí bien indudablemente se puede hacer un análisis sociológico de la
hinchada futbolística, también resulta extraordinariamente falso pretender que
el comportamiento individual de un conjunto de cretinos no es responsabilidad
también, aunque seguramente no sólo, de esos mismos cretinos. Es ingenuo
pretender que las cosas ocurren ser una relación con la sociedad, pero también
pertenecen al ámbito de la ingenuidad intentar explicar todo desde una perspectiva
puramente social, sin contar con la intervención de los individuos. No cabe
duda de que para ser ultra de un equipo de futbol hay que ser un imbécil
integral.
Mañana
jueves, en el recreo, volveremos a tener nuestra
tertulia deportiva. Mañana el tema es quién es el mejor jugador del mundo.
Nuestros contertulios expertos, alumnos del instituto entre primero de ESO y
bachillerato o, opinarán sobre el tema y luego nuestro público también
reflexionará sobre ello. Estaremos muy alejados de lo que se pretende ahora sea
un aficionado de fútbol: pretendemos no cantar, animan, berrear sino
reflexionar sobre este deporte. Tal vez, alguna prensa deportiva nos pudiera
presentar como traidores. Pero en realidad lo hacemos porque nos gusta el
fútbol.
1 comentario:
No sea ansioso Don Enrique. El progreso lleva su tiempo.
Ahora los huligans estan en en la fase avanzada de “cazador-recolector”. Al parecer se dotan de algunas normas sobre las herramientas que se pueden utilizar en sus reyertas, lo que evidenciaria el nacimiento de la religión.
Así que ya en 2000 o 3000 años descubriran la agricultura y a partir de ahí ya lo tienen “chupao” en 8000 años de nada ya los tendrá Ud hechos unas personas civilizadas.
Un Oyente de Federico
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