Un gran
número de autotildados progres, y que indudablemente reflejan un
pensamiento extendido entre la autoproclamada izquierda, ha reaccionado con
virulencia a la prohibición de llevar burkini en ciertas playas de Francia. En
su alegato
contra la exclusión, señalan la libertad absoluta de la mujer para poder
llevar la ropa que crea conveniente y estiman que, por lo tanto, cualquier tipo
de acción sobre esto no es sino un
ataque a la libertad individual. Así, incluso se ha llegado a caracterizar como
una muestra más de eso que se llama patriarcado, que por cierto es algo que
nunca existió pero que queda muy bien en los artículos de opinión de la prensaprogresistadeladeverdad, y como un
ejemplo claro de micro o macro, o quizás súper, machismo.
Nosotros, como casi siempre, vamos a
hacer aquí un análisis aburrido sobre la cuestión pues sólo al final trataremos
concretamente el problema. Pero es que, como casi siempre también, nos parece
que es más importante la idea previa que subyace a la crítica de la prohibición
del llamado burkini que todo lo demás.
Nuestra idea central va ser intentar
demostrar que esa idea que hemos referido, a saber: que la mujer utiliza esta
prenda de forma libre, refleja una mentalidad socialmente conservadora y una
creencia absolutamente ingenua sobre lo que verdaderamente son los hechos
sociales.
Efectivamente, la idea de que las
mujeres musulmanas, y exclusivamente ellas pues no son las de otra religión e
incluso dentro del islam solo una parte aunque desgraciadamente creciente, se
pongan el burkini se considera por parte de los pseudoprogresistas, en primer
lugar, como una especie de triunfo individual de estas personas que logran así
superar las condiciones sociales de la malvada sociedad occidental. La tesis
para defender esto es que el uso del burkini sería un grito contra el culto al
cuerpo y de la cosificación de la mujer característico de nuestra sociedad
consumista y superficial. Sin embargo, y curiosamente, hay que decir que no hay
una sociedad que dé mayor importancia al cuerpo que la musulmana, pues todo su
anhelo es tapar la anatomía femenina por sus presuntas connotaciones excitantes.
Así, la religión musulmana es triunfadora en el culto corporal, pues mientras
que la religión cristiana solo se preocupa obsesivamente de los genitales, la
musulmana busca obsesivamente esconder cualquier parte, incluso llegando al
punto de hacer invisible el cuerpo también en la representación artística. Por
todo ello, pretender presentar una especie de religión musulmana que en
realidad protege a la mujer del su cosificación corporal es sencillamente no
entender nada del fondo puritano y castrador que el islam tiene sobre el cuerpo,
y en concreto para el cuerpo femenino, y qué va incluso mucho más allá, y ya es
ir más allá, de ese mismo elemento castrador característico de la religión
cristiana.
Así, ya vemos como la religión
musulmana, desde luego, no puede ser presentada como una ideología contraria al
culto al cuerpo sino que es una ideología preocupada extraordinariamente por él.
Así pues, defender la presencia del burkini como una crítica feroz a la
cosificación del cuerpo no lleva sino a interpretar que la persona que así lo
hace no entiende el islam.
Sin embargo, la crítica fuerte a la
prohibición del burkini viene dada por el argumento de que lo que se busca
impedir es que la mujer vista como lo desea, de una forma libre, y sin tener en
cuenta los prejuicios. Y esto, que sería muy bonito en un mundo ideal, sin
embargo no aguanta un mero análisis que explique realmente cómo funcionan los
hechos sociales.
La idea de que las mujeres musulmanas
llevan libremente el burkini y se trata de una elección personal e individual
tiene al menos dos errores. El primero, es creer que los hechos sociales son
hechos individuales y que, por lo tanto, se pueden juzgar de una perspectiva
meramente personal de voluntad individual. El segundo, más filosófico, es que confunde
libertad con autonomía.
Explicamos –y sí, va a ser otro
rollo-.
En la sociedad como tal no existen
hechos individuales sino hechos sociales. Juzgar los hechos como meramente
producto de una individualidad y voluntad pura es un error que no debe
realizarse si queremos hacer una sociología verdadera. Efectivamente, todos y
cada uno de nuestros actos están socializados y esto quiere decir que reciben
la influencia directa de la sociedad a la cual pertenecemos y que su
significado no guarda relación exclusiva con nuestro deseo sino con el modo
social mismo. El hecho de que yo vaya con traje a trabajar puede resultar una
idea personalísima, de hecho soy el único profesor que va con traje y corbata
todos los días al instituto y también soy el más atractivo, pero no está exenta
de una relación social determinada y por
eso voy con traje y corbata y no se me ocurre, ni se me ha pasado por la
cabeza, ir con toga. Y así, cuando me levanto por las mañanas, no considero ni
tan siquiera la posibilidad de ponerme la toga o una falda tableada, aunque
tengo unas piernas preciosas, sino que como mucho me plantearía la posibilidad
de ir con corbata o, por ejemplo, con una hortera camiseta y vestido cual mozo
de almacén -obsérvese aquí mi clasismo-.
Del mismo modo, la mujer que lleva un
burkini no lo hace envuelta en una independencia prístina y sin tener nada que
ver con la religión islámica, sino que lo hace precisamente porque cree que un
dios inaccesible le contó a su profeta una serie de ideas dictándoselas a
través de un arcángel. Todo ello, como se ve, muy racional. Y entre esas
dictaduras –obsérvese el sutil juego de palabras- viene una donde se fija el
derecho de la religión a dictar normas sobre el propio cuerpo y su exhibición y
la supremacía del varón sobre la mujer. De esta forma, los dos, la señora del
burkini y yo mismo, hacemos actos socializados y lo que hay que juzgar es ese
acto socializado y no la intención o no del sujeto. Argüir así la absoluta
libertad de la mujer al llevar el burkini es tan absurdo como si yo creyera que
tengo absoluta libertad en llevar corbata y que la llevaría en cualquier
momento histórico o sociedad porque tengo mucha personalidad.
Pero además hay algo más de acuerdo a
esta idea de la socialización. Los hechos sociales no solamente reflejan lo que
los individuos desearían que reflejaran sino que también reflejan códigos
sociales determinados e ideas sociales previas a la propia intención subjetiva.
El hecho de que me ponga corbata en
el Instituto hace que los alumnos de 1º de ESO inmediatamente me pregunten si
yo soy el director -a lo que yo contesto que no, aunque merecería serlo- porque
la idea de llevar corbata implica en la sociedad actual, independientemente a
lo que yo opine sobre ello, una jerarquía social determinada: como ninguno de mis
compañeros va con corbata, lógicamente los niños tienden a pensar, de acuerdo a
la socialización, que soy yo el personaje más importante, lo cual sin duda es
un acierto por su parte. Del mismo modo, cuando una mujer se pone un burkini no
está expresando su libertad absoluta para llevar la prenda que quiera, sino que
está reflejando socialmente su sumisión a unas reglas, presuntamente dictadas
por un arcángel a un profeta -lo cual por cierto ya dice mucho sobre cómo
considerarla desde un punto de vista emancipador-. Así, cuando una mujer se
pone un burkini o un velo islámico no está defendiendo su independencia como
mujer sino que lo que está haciendo es asumir su propia condición femenina como
un hecho que tiene siempre un aspecto tentador y maligno y que por eso hay que
camuflar. Está asumiendo, en definitiva, su condición de animal inferior que
solo adquiere la igualdad como mascota de compañía.
De esta forma, hay un conflicto legal
y otro, distinto, político. Se podrá discutir si es conveniente o no prohibir
legalmente el uso del burkini, por ejemplo nosotros
mismos somos contrarios a prohibir sin más el uso del velo en la escuela,
pero siempre, al menos desde una posición progresista, habrá que criticar su
uso por lo que él significa. Políticamente, siempre que una mujer se pone
burkini, salvo que lo haga en un contexto determinado donde quede claro y
patente que es una crítica, lo que está
haciendo es una alabanza a un sistema en el cual las mujeres deben ser sumisa y
obedecer a los hombres porque lo dice Alá –y Mahoma, que es su profeta-. Y no
nos parece, al menos a nosotros imbuidos de ese malvado espíritu ilustrado tan
etnocentrista y alejado del respeto a todas las barbaries, que esto sea un
elemento progresista a defender.
Pero, aún hay algo más. Que algo se
haga libremente no quiere decir que se haga de forma autónoma. Ciertamente,
cualquier persona normalmente actúa de forma libre y ,en este caso en concreto,
las mujeres libremente se ponen el burkini. Sin embargo, al hacerlo renuncian
necesariamente a usar su autonomía como sujetos racionales. Es decir, están negándose a decidir de
acuerdo a su razón sobre su propia vida como sujetos y se convierten así en
objeto de tradición religiosa. Efectivamente, la autonomía consiste en que la
causa del comportamiento radica en la razón del propio sujeto, mientras que
cuando las mujeres se ponen el burkini lo que están teniendo como causa de su
comportamiento son creencias religiosas que ellas mismas suponen que proceden
de un mundo trascendente y, por lo tanto, de algo que es ajeno, heterónomía, a
su propia razón: obedecen acá a Alá –sí, estoy graciosillo-. Por ello, cuando
los pseudoprogresistas defienden que las mujeres actúan libremente, sin duda
tienen razón pero hay algo en la idea de progreso que va más allá de la mera
libertad y es la exigencia de la autonomía. De hecho, lo que debemos defender
es que la diferencia entre lo progresista y lo no progresista es que los
progresistas defendemos la autonomía mientras que los no progresistas lo que
defienden es la heteronomía, es decir que principios ajenos a la razón propia del
sujeto, como pueda ser la religión o por ejemplo la idea de nación o de patria como entre los paletos nacionalistas,
deben definir los comportamientos y las leyes que rigen a las propias personas.
¿Debe prohibirse entonces el burkini?
Este es un tema distinto donde deben entrar también cuestiones sociales, de
utilidad y orden público. ¿Debe defenderse intelectualmente el uso del burkini?
Solo si, como ya hemos demostrado, alguien cree o bien que hay dioses que
hablan a través de ángeles o bien que las mujeres son animales inferiores. Por
todo ello, nosotros que pretendemos ser ilustrados y por ello, y con ello, de
izquierdas, consideramos que el burkini es una basura intelectual y social y
que no puede defenderse. Y por la libertad no solo de la mujeres sino también de
la humanidad. Porque si las mujeres no son libres no lo seremos nadie.
3 comentarios:
Creo que haces un análisis excelente, pero a la pregunta que realizas...
¿Debe prohibirse entonces el burkini? Mi contestación es un claro NO, y no por que defienda la prenda.
Creo que prohibir la prenda solo ampliaría la fama de esta y daría razones a una parte del islam de mostrarse como victimas de islamofobia...
Y por otro lado y para mi el más importante, "no pretendo" que chicas de <30 años abandonen sus dogmas islámicos, pero quizás su hija gracias al burkini pueda ir a una playa y ver como las otras chicas vacilan con sus amigos.
Si queremos mejorar la integración de extranjeros islámicos debemos trabajar en la base, no cometamos los mismos errores que pudimos cometer con cierta integración del pueblo gitano...
Vale, el “patriarcado” nunca existió pero el “heteropatriarcado” sí.
No le dé mas disgustos al Sr. Garzón que bastante tiene con lo que tiene.
Si consideramos esto del Burkini un problema que hay que solucionar, primeramente habrá que plantearlo correctamente.
Condiciono lo de solucionar el problema, porque pudiera ser que se pretenda el que se solucione sólo. Como se hizo con el problema de la falta de integración social de los migrantes musulmanes, que por obviarlo cuando se pudo solucionar, ahora tenemos que pasar la verguenza social de negarnos a admitir refugiados previendo que el hacerlo incrementaría aun más el problema, no reconocido, del desinteres de los musulmanes, debido a su pretendida superioridad moral, a adaptarse a las costumbres de los paises de acogida. Como así ha sido, vease Alemanía, Suecia, Noruega....
Si queremos solucionar el problema, primeramente habrá que enunciar correctamente sus términos, que son en este caso, a saber:
— Islam
— Mujer
— Burkini
— Legalidad
Ud. yerra al enunciar al Islam solo en su papel más infrecuente, el de religión. Sólo un unos pocos paises, casi todos exrrepúblicas soviéticas, el Islám se vive en su faceta espiritual y es allí donde, siendo sólo una religión, no existe problemas de velos ni burkinis. En el resto, la mayoría de paises islámicos, el Islám es un “sistema social”. El sistema jurídico de estos paises se rige por la “Sharía” que son las leyes que Alá dictó a Mahoma y quedaron reflejadas en el Corán.
( Me permito enlazar un video que despeja muchas dudas sobre este asunto.
Está extraido de lo grabado en la Conferencia de la Paz islámica en Noruega. Mayo de 2013
Si no cree conveniente enlazar este video, me parecerá muy bien que lo suprima)
https://www.youtube.com/watch?v=z3EgVHjnVDI
También yera al enunciar a la mujer musulmana.
Es muy gracioso, dramáticamente gracioso, lo de “Red Musulmana” que dicen en uno de sus enlaces, “un colectivo de mujeres que trabajan por la difusión del feminismo islámico”. Es como asegurar que hay un colectivo antirracista nazi. Los grupos de mujeres interesadas en la emancipación, lo más que pueden hacer es repasar suras y hadices para encontrar algún resquicio que, previa autorización de un imán, les permita algún progreso en su circunstancia de mujer, no como persona porque eso no pueden serlo.
La mujer en el Islám, nunca será una persona, como es persona la mayor parte de su vida una mujer occidental. La mujer islámica, como las feministas occidentales, sólo pueden vivir una de sus circunstancias, la de mujer y durante todo el tiempo. Pero contrariamente a las feministas que tienen unos derechos como persona, la mujer musulmana no.
La mujer en el Islám no va al paraiso al morir, como puede ir un hombre, para las mujeres no hay nada. Hay muy pocas excepciones que irán al paraiso pero sólo como esclavas.
La mujer islámica es un animal de compañía propiedad de algún hombre durante toda su vida, como hija, como soltera, como casada, divorciada o viuda, que será el que decida que ropa puede o no ponerse y como debe comportarse.
Por tanto el Burkini no es cosa de mujer sino de hombre. Con el, igualmente que con el shador, hiyab, burka..., el hombre, pretende marcarla como una res para que se sepa que de su carne sólo se beneficia el. Cuando con las “primeras sangres” se les obliga a las niñas a taparse es como envasarlas herméticamente para su venta en el mercado de la carne y garantizar su calidad. El ayatolá Jomeini recomendaba que las “primeras sangres” las niñas las echaran en casa de sus maridos. El burkini como los diferentes velos que no estan mentados en el Corán, no es una opción personal porque, como hemos dicho antes (utilizo el plural mayestático como homenaje al maestro Don Enrique), la mujer musulmana no puede ser persona. A estas alturas decir esto parece absurdo pues ya es más que sabido, pero parece que la autodenominada izquierda-progresísta, tan lista para todo, no acaba de darse por enterada. (Continua...)
Un Oyente de Federico
(...Continuación)
En cuanto a la legalidad.
La libertad, no llueve del cielo, por muy claro que ponga que “Todos los seres humanos (las humanas también) nacen libres” en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, lo cierto es que, como sabiamente decía Don Gustavo Bueno “¿Que tontería es esa de los Derechos Humanos? Tendrás derechos si alguien te los reconoce”. Vaya Ud. (yo no puedo porque he quedado) a Irán a decirles que esa fiscal, ese director de cine, ese marica..., deberían estar libres porque están amparados por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, vera como se parten a carcajadas. La libertad es una anomalía, no existiría si no es defendida con leyes y con violencia.
Seremos cómplices si hoy se consiente en los países firmantes de los Derecho humanos, los signos externos de dominación, de discriminación y hasta es adecuado decir que de violencia de género, pues es lo que tiene garantizado la mujer islámica viva donde viva. No son signos religiosos porque el Corán solo habla de vestir decentemente y esto es un concepto cultural, variable y evolutivo como lo viene siendo en el ámbito cristiano; en menos de un siglo, en occidente, pasamos de considerarse adecuado bañarse completamente vestido a poder hacerlo, ambos sexos, con el pecho descubierto, cubriendo únicamente los genitales. Sólo un imbécil dice que esto “culto al cuerpo” y no una ampliación del derecho a la libertad.
Como los “administradores de la ira” son muy condescendientes con las cosas del islam, nosotros, que somos una generación que se indignaba con el apartheid surafricano, nos hemos acostumbrados a hacernos los no enterados sobre un apartheid mucho peor que hoy afecta a millones de mujeres musulmanas y que los más listos de la clase defienden y justifican.
La inacción legal en este caso, no sólo no hará mejorar la situación de ellas, sino que la empeorará para las que todavía no lo sufrían. Me refiero a esa primera generación de emigrantes musulmanes que vinieron a prosperar económica y socialmente, matrimonios que nunca habían tenido que utilizar prendas religiosas, pero que ahora por miedo incluso a ser agredidos —como le comenté en su texto sobre “El velo y la Escuela”— se ven obligados a utilizarlos.
Le daré unos datos que debería tener en cuenta a la hora de formarse una opinión: Arabia Saudí es una dictadura teocrática impulsora de la yihad salafista. Su objetivo es imponer la Sharía en todo el mundo, incluso en los países democráticos como España, para lo que destina un presupuesto enorme. La mezquita de la M-30 la pagó Arabia Saudí, por tanto la mezquita y los imanes que predican en ella son salafistas.
Para que entienda mejor lo que es el salafismo le pondré como ejemplo una noticia de marzo de 2002 en La Meca:
“15 niñas murieron en el incendio de una escuela, cuando la policía religiosa saudita llego al lugar, no permitió que salieran del edificio porque no tenían el velo puesto”
Esto, no es una anécdota puntual, esto es un acto oficial de una jurisprudencia que rige los destinos de millones de mujeres, también en Madrid si la ley no lo impide.
El problema no es la religión, sino el uso que se hace de ella
“Un Dios que está más allá de la razón es un Dios que exige y demanda irracionalidad, desorden y violencia” Benedicto XVI. Ratisbona, septiembre de 2006.
Un Oyente de Federico
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