martes, enero 15, 2019

¿TIENEN DERECHOS LOS ANIMALES?/ y 4: CONCLUSIÓN

Por fin, exclaman ustedes, vamos a acabar la serie (Aquí la tiene: uno, dos y tres artículos anteriores). Y así es.
 Este artículo, el último de esta serie sobre los derechos de los animales, pretenderá tres cosas. 
Por un lado, hacer un resumen de nuestros razonamientos sobre por qué los animales no son sujetos de derecho.
En segundo lugar, explicar el motivo de por qué hemos tenido que hacer una disquisición metafísica, brillantísima por otra parte, para defender esa ausencia de derechos.
Por último, analizar qué consecuencias políticas puede tener el uso que los sectores de la izquierda más autoproclamada están haciendo de este y otros temas.

Empecemos.
¿Por qué los animales no son sujetos de derecho?

En primer lugar, hicimos una distinción entre ser sujeto u objeto de derecho. Por sujeto de derecho entendíamos aquel ser que tenía derechos por sí y en sí mismo. Por objeto de derecho, sin embargo, entendíamos aquello que puede tener derechos si le son concedidos por otro. Así, nosotros defendíamos que mientras todo ser racional, natural o artificial, es sujeto de derecho, los seres no racionales, vivos o inertes, naturales o artificiales, sólo son objeto de derecho.

Ahora bien, ¿por qué se unen racionalidad con ser sujeto de derechos? Y aquí, introducíamos una argumentación metafísica.
El mundo natural, defendemos, es el mundo del Ser. Este mundo, en su mera facticidad, solo existir, está carente de moral y proyecto porque carece de inteligencia. El mundo natural no tiene ningún elemento trascendente que vaya más allá de su propia existencia como hecho físico sin sentido (lo que no quiere decir que defendamos la existencia de una espiritualidad: supersticiones las justas). Sin embargo, la racionalidad tiene la necesidad en sí misma de crear un mundo del Deber Ser. Por este entendemos no un mundo espiritual sino cultural, material y real. Es el mundo de la historia, con todo lo bueno y lo malo que tiene, o de la tecnología, ídem, o de las construcciones culturales, reídem –nota: obsérvese mi capacidad de innovar incluso con las lenguas muertas-. Es, en definitiva, el mundo resultante de la acción racional sobre la realidad. Y es también el mundo de la moral. Así, la moral no pertenece al mundo natural sino al mundo del Deber Ser.  Por lo tanto, argumentábamos, el mundo de los derechos y deberes, los dos como realidades morales que son, solo podían aplicarse en ese mundo racional construido y, por lo tanto, solo serían sujetos de derechos y deberes aquellos seres que eran a su vez sujetos del mundo del Deber Ser. Por ello, los seres racionales, todos y cualquiera que sea su especie, son sujetos de derecho frente a los seres que solo habitan en el mundo natural, el mundo del Ser, que no pueden serlo. Y por eso, no se trata de un especismo, pues no se defiende desde la biología, sino que se tienen derechos no por especie sino por una característica concreta: ser racional.

Pero entonces, ¿los derechos serían una mera cuestión de consenso entre esos seres racionales?
Defendemos que no, sino una construcción universal, objetiva y necesaria de la Razón. La razón necesariamente construye lo universal para sí misma, el sujeto se construye como universal, y para la realidad ajena. Por eso, la acción moral no es particular, lo que implicaría la imposibilidad de su juicio, sino universal en cuanto se juzga toda acción así y no solo el hecho concreto enjuiciado. Y por eso, por esa universalidad que la razón lleva a en sí misma, que se ve asimismo en la construcción necesaria del concepto, los seres racionales son sujetos objetivamente universales y con derechos y deberes a su vez universales frente a la facticidad de los entes empíricos individuales. Y repetimos que no hay aquí ni un ápice de espiritualidad sino de puro materialismo.

Y es por ello, vamos ya nuestro segundo bloque, por lo que hace falta la fundamentación metafísica. 
Fundamentar es llevar un argumento hasta el final explicando el porqué de las cosas. Últimamente, la fundamentación o brilla por su ausencia o se queda en pura facticidad. Así, el argumento más usado para defender los derechos de los animales es que estos tienen la capacidad de sentir y, con ello, de sufrir. El problema concreto aquí es que la capacidad de sufrir es una facultad biológica del sistema nervioso, mientras que tener derechos no pertenece a ningún elemento biológico, con lo cual se procedería a un salto ilícito en la fundamentación. Pero hay otra cuestión más interesante: la fundamentación sobre la base del sufrimiento no es metafísica sino emotiva. La clave de la fundamentación metafísica es enfrentarse a la realidad para juzgarla mientras que la clave de la fundamentación emotiva es aceptar la realidad tal cual es para fundamentar desde la reacción a dicha realidad instituida definitivamente. Y esta cuestión es interesante. Y de esto deriva el problema político.

Efectivamente, el problema político -¿sigue alguien ahí? Pues ya acabamos- tiene una vertiente fundamental: el problema de la fundamentación. Y de aquí se deriva otra, que ahora no vamos a desarrollar, que es el problema de la diversidad, y que guarda relación con lo anterior.

Mientras que la fundamentación metafísica no solo describe la realidad sino que la juzga –y por eso Platón tuvo que inventarse un Mundo de las Ideas exigiendo más a la realidad de lo que esta daba-; la fundamentación exclusivamente emotiva, o moral simple, tiene que asumir la realidad tal y como es para desde ella fundamentar su cuestión. Así, la diferencia entre una y otra es fundamental –nota: obsérvese el ingenioso comentario-. La mera fundamentación moral parte de que la realidad, tal y como está constituida, es el fundamento último a priori de toda argumentación. La argumentación metafísica, sin embargo, a su vez plantea la cuestión sobre la fundamentación de la realidad tal y como existe, y por eso exige más. La fundamentación meramente moral es conservadora mientras que la fundamentación metafísica es revolucionaria. Por eso, la Posmodernidad -desde Foucault y en sus prólogos mucho más gloriosos intelectualmente comon Comte, Nietzsche, Wittgenstein, Husserl o Heidegger-  debe despreciar la fundamentación metafísica.

Y aquí entra el problema de la diversidad. La diversidad se construye desde la idea de la diferencia. Esto provoca que los colectivos sean distintos entre sí, cada uno con sus peculiaridades y características. Así, hay infinidad de colectivos rompiendo la idea de una realidad única pues la fundamentación no está en esta realidad sino en la perspectiva del propio colectivo. La realidad como totalidad desaparece y surge una nueva visión de la misma calidoscópica -me estoy gustando- donde ya no hay una explicación única sino diversas visiones: la objetividad no existe porque es, seguramente, heteronormativa o algo peor –nota: ¿hay algo peor que ser varón, blanco y heterosexual? Tal vez, ser marxista y defenderlo-. Y hay así la visión del hombre, de la mujer, del heterosexual normativo, del varón blanco, de los marginados, de…, los animales. Lo que aparentemente es un canto a la libertad, en el fondo es una exaltación del nuevo Capitalismo.

Me gustan los animales. Y también en el chiste fácil de comérmelos. Pero cuando identificamos el mundo de lo que hay con aquello que debería haber sólo hacemos apología del Capitalismo que es lo que hay. Aunque igual eso ya a nadie le importa, porque criticar el Capitalismo es tan vulgar, tan antiguo, frente a poder ser guai y atender a la diversidad…

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