La presente serie de compone de 4 artículos:
Por
fin, exclaman ustedes, vamos a acabar la serie (Aquí la tiene: uno, dos y tres artículos anteriores). Y así es.
Por un lado, hacer un resumen de nuestros razonamientos
sobre por qué los animales no son sujetos de derecho.
En
segundo lugar, explicar el motivo de por qué hemos tenido que hacer una
disquisición metafísica, brillantísima por otra parte, para defender esa
ausencia de derechos.
Por
último, analizar qué consecuencias políticas puede tener el uso que los
sectores de la izquierda más autoproclamada están haciendo de este y otros temas.
Empecemos.
¿Por
qué los animales no son sujetos de derecho?
En
primer lugar, hicimos una distinción entre ser sujeto u objeto de derecho. Por
sujeto de derecho entendíamos aquel ser que tenía derechos por sí y en sí
mismo. Por objeto de derecho, sin embargo, entendíamos aquello que puede tener
derechos si le son concedidos por otro. Así, nosotros defendíamos que mientras
todo ser racional, natural o artificial, es sujeto de derecho, los seres no
racionales, vivos o inertes, naturales o artificiales, sólo son objeto de
derecho.
Ahora
bien, ¿por qué se unen racionalidad con ser sujeto de derechos? Y aquí,
introducíamos una argumentación metafísica.
El
mundo natural, defendemos, es el mundo del Ser. Este mundo, en su mera
facticidad, solo existir, está carente de moral y proyecto porque carece de
inteligencia. El mundo natural no tiene ningún elemento trascendente que vaya
más allá de su propia existencia como hecho físico sin sentido (lo que no
quiere decir que defendamos la existencia de una espiritualidad: supersticiones
las justas). Sin embargo, la racionalidad tiene la necesidad en sí misma de
crear un mundo del Deber Ser. Por este entendemos no un mundo espiritual sino
cultural, material y real. Es el mundo de la historia, con todo lo bueno y lo
malo que tiene, o de la tecnología, ídem, o de las construcciones culturales,
reídem –nota: obsérvese mi capacidad de innovar incluso con las lenguas
muertas-. Es, en definitiva, el mundo resultante de la acción racional sobre la
realidad. Y es también el mundo de la moral. Así, la moral no pertenece al
mundo natural sino al mundo del Deber Ser.
Por lo tanto, argumentábamos, el mundo de los derechos y deberes, los
dos como realidades morales que son, solo podían aplicarse en ese mundo
racional construido y, por lo tanto, solo serían sujetos de derechos y deberes
aquellos seres que eran a su vez sujetos del mundo del Deber Ser. Por ello, los
seres racionales, todos y cualquiera que sea su especie, son sujetos de derecho
frente a los seres que solo habitan en el mundo natural, el mundo del Ser, que
no pueden serlo. Y por eso, no se trata de un especismo, pues no se defiende
desde la biología, sino que se tienen derechos no por especie sino por una
característica concreta: ser racional.
Pero
entonces, ¿los derechos serían una mera cuestión de consenso entre esos seres
racionales?
Defendemos
que no, sino una construcción universal, objetiva y necesaria de la Razón. La
razón necesariamente construye lo universal para sí misma, el sujeto se
construye como universal, y para la realidad ajena. Por eso, la acción moral no
es particular, lo que implicaría la imposibilidad de su juicio, sino universal
en cuanto se juzga toda acción así y no solo el hecho concreto enjuiciado. Y
por eso, por esa universalidad que la razón lleva a en sí misma, que se ve asimismo
en la construcción necesaria del concepto, los seres racionales son sujetos objetivamente
universales y con derechos y deberes a su vez universales frente a la
facticidad de los entes empíricos individuales. Y repetimos que no hay aquí ni
un ápice de espiritualidad sino de puro materialismo.
Y es
por ello, vamos ya nuestro segundo bloque, por lo que hace falta la
fundamentación metafísica.
Fundamentar
es llevar un argumento hasta el final explicando el porqué de las cosas.
Últimamente, la fundamentación o brilla por su ausencia o se queda en pura
facticidad. Así, el argumento más usado para defender los derechos de los
animales es que estos tienen la capacidad de sentir y, con ello, de sufrir. El
problema concreto aquí es que la capacidad de sufrir es una facultad biológica
del sistema nervioso, mientras que tener derechos no pertenece a ningún
elemento biológico, con lo cual se procedería a un salto ilícito en la
fundamentación. Pero hay otra cuestión más interesante: la fundamentación sobre
la base del sufrimiento no es metafísica sino emotiva. La clave de la
fundamentación metafísica es enfrentarse a la realidad para juzgarla mientras
que la clave de la fundamentación emotiva es aceptar la realidad tal cual es
para fundamentar desde la reacción a dicha realidad instituida definitivamente.
Y esta cuestión es interesante. Y de esto deriva el problema político.
Efectivamente,
el problema político -¿sigue alguien ahí? Pues ya acabamos- tiene una vertiente
fundamental: el problema de la fundamentación. Y de aquí se deriva otra, que
ahora no vamos a desarrollar, que es el problema de la diversidad, y que guarda
relación con lo anterior.
Mientras
que la fundamentación metafísica no solo describe la realidad sino que la juzga
–y por eso Platón tuvo que inventarse un Mundo de las Ideas exigiendo más a la
realidad de lo que esta daba-; la fundamentación exclusivamente emotiva, o
moral simple, tiene que asumir la realidad tal y como es para desde ella
fundamentar su cuestión. Así, la diferencia entre una y otra es fundamental
–nota: obsérvese el ingenioso comentario-. La mera fundamentación moral parte
de que la realidad, tal y como está constituida, es el fundamento último a
priori de toda argumentación. La argumentación metafísica, sin embargo, a su
vez plantea la cuestión sobre la fundamentación de la realidad tal y como
existe, y por eso exige más. La fundamentación meramente moral es conservadora
mientras que la fundamentación metafísica es revolucionaria. Por eso, la
Posmodernidad -desde Foucault y en sus prólogos mucho más gloriosos
intelectualmente comon Comte, Nietzsche, Wittgenstein, Husserl o Heidegger- debe despreciar la fundamentación metafísica.
Y aquí
entra el problema de la diversidad. La diversidad se construye desde la idea de
la diferencia. Esto provoca que los colectivos sean distintos entre sí, cada
uno con sus peculiaridades y características. Así, hay infinidad de colectivos
rompiendo la idea de una realidad única pues la fundamentación no está en esta
realidad sino en la perspectiva del propio colectivo. La realidad como
totalidad desaparece y surge una nueva visión de la misma calidoscópica -me
estoy gustando- donde ya no hay una explicación única sino diversas visiones:
la objetividad no existe porque es, seguramente, heteronormativa o algo peor –nota:
¿hay algo peor que ser varón, blanco y heterosexual? Tal vez, ser marxista y
defenderlo-. Y hay así la visión del hombre, de la mujer, del heterosexual
normativo, del varón blanco, de los marginados, de…, los animales. Lo que
aparentemente es un canto a la libertad, en el fondo es una exaltación del
nuevo Capitalismo.
Me
gustan los animales. Y también en el chiste fácil de comérmelos. Pero cuando
identificamos el mundo de lo que hay con aquello que debería haber sólo hacemos
apología del Capitalismo que es lo que hay. Aunque igual eso ya a nadie le
importa, porque criticar el Capitalismo es tan vulgar, tan antiguo, frente a
poder ser guai y atender a la diversidad…
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