Empieza ya el nuevo curso escolar y la
pregunta que surge inmediatamente es por qué se va a iniciar sin tomar ninguna
medida que realmente prevenga el desarrollo de la epidemia garantizando, al
tiempo, el derecho a la educación para todos los alumnos. Así, la pregunta ante
el nuevo curso escolar es en realidad doble: primero, por qué en las aulas se
va a permitir aquello que no se permite en ningún otro lugar público como es reducir
la distancia de seguridad o mayor número de personas reunidas; segundo, por qué
se va a privar del derecho a la educación a todos los alumnos a partir de 3º de
ESO y se va a utilizar un método semipresencial.
Pero, estas dos preguntas en el fondo
esconden la misma contestación. Y de eso es de lo que va a tratar este
artículo. Lo que vamos a advertir en realidad, pero con la epidemia como caso
concreto, es cuál va a ser en el futuro el papel de la educación reglada en la
sociedad neoliberal.
Lo primero que ha llamado la atención es
que la reunión para planificar este curso por parte de las autonomías y el
Ministerio se realizara la última semana de agosto, lo cual ya señala sin duda
alguna la importancia que puede darse a la educación entre las actuales administraciones
de poder político. Y lo interesante es que todas las medidas adoptadas en esta
especie de nuevo parto de los montes contradicen absolutamente las medidas que
el Ministerio de Sanidad impone para la vida civil cotidiana.
Así, mientras Sanidad señala una
distancia mínima de dos metros o que las reuniones de más de 10 personas se eviten
e incluso se prohíban, sin embargo en las aulas estas reuniones se pueden
doblar hasta el número de 24, incluyendo al profesor, y manteniendo sólo metro
y medio, en realidad será menos pues en la inmensa mayoría de las aulas, por
ejemplo en las que yo doy clase, resulta
imposible. Y todo esto, además, con unas aulas que son lugares cerrados pero
que según
la ministra se pueden ventilar de vez en cuando, e incluso hacer, por qué
no, un breve descanso para quitarse la mascarilla.
Todo esto indudablemente demuestra que
los colegios se abren como sea y que no importan las consecuencias ni el cómo de
dicha apertura, sino el hecho de que estén abiertos. Lo que interesa ahora, por
tanto, es descubrir por qué se abren los colegios así.
Por supuesto alguien de derechas de toda
la vida o de la autoproclamada izquierda, que ahora defiende con
responsabilidad todo aquello que hace el gobierno pues ya están dentro, podría decirnos
que es por la importancia de la educación presencial. Con ojos llorosos y voz
engominada nos hablarían de que la “educación presencial es irremplazable”. Pero si esta fuera la causa real, no se
entendería muy bien la semipresencialidad de los alumnos a partir de 3º de ESO
¿Por qué la educación presencial, y la labor del profesor y la transferencia de
la empatía y demás cursiladas y patatín patatán, resultan irremplazable hasta
que, de pronto, son reemplazable a partir de determinado curso? ¿Por qué no se
ha invertido la cantidad de dinero necesaria para que las aulas tengan la distancia
de seguridad real de dos metros? ¿Por qué, en definitiva, ocurre esto?
Busquemos la respuesta. Y para ello,
vamos primero a eliminar dos posibles respuestas que serían la importancia de
la educación y de la cultura.
La cultura ya no es un valor en ningún
caso dentro del Nuevo Capitalismo, y menos aún en su versión neoliberal, siendo
solamente un adorno ante el mundo especializado. Así, la idea de la extensión
de la cultura como papel de las escuelas ha quedado obsoleto. La escuela actualmente
solo debe cumplir el papel que los nuevos ideólogos de la pedagogía vienen exigiendo
con la reducción de los contenidos y la consagración de las competencias:
convertir a los individuos en seres felices para ser buenos productores y
consumidores en el desarrollo del Nuevo Capitalismo.
Y el otro elemento que una vez tuvo
importancia en la escuela, la integración social, tampoco existe ya. Precisamente una
característica fundamental del Nuevo Capitalismo es lo que hemos llamado alienación
negativa, que nosotros hemos analizado con profusión en este blog (pueden
verlo aquí en la parte dedicada a la Ideología), donde la finalidad ya no es
que el individuo se sienta integrado en la comunidad, como en las ideologías anteriores,
sino precisamente que se sienta absolutamente diferente y único, un yo puro,
aunque su realidad solo sea ser una mercancía más. Así, el epicentro de la socialización
ya no es la escuela, sino la exposición permanente a los medios de comunicación
social que trasladan la apoteosis del falso yo a cada individuo, dotándole de
una vida interior muy profunda y con ello muy falsa. Y es esa otra razón por la
que hay que eliminar la escuela tradicional, pues los contenidos de la auténtica
cultura, como comparación con la pobre realidad, negarían esa apoteosis del yo
autosatisfecho en nuestra vida miserable de producción de beneficio económico.
Pero si esto que hemos contado fuera
cierto, parecería que la escuela como tal no tendría ningún valor y por lo
tanto no debería haber ningún interés en
abrirla. Y es aquí donde podemos definir qué función tienen las escuelas hoy en
día: aparcamientos de niños.
Efectivamente, el valor fundamental de
la escuela hoy en día no hay que buscarla ni en la extensión de la cultura ni
en el desarrollo de la socialización, sino en el lugar donde los padres pueden
dejar a los niños para poder irse a producir en unas condiciones laborales cada
vez más duras debido al proceso de precarización de las condiciones sociales,
políticas y laborales que se están dando. Y, de esta manera, la escuela ya no
tiene ningún valor de contenido sino solo de continente: parking público de
niños para explotar a los padres.
Teniendo en cuenta además que, como
ya hemos analizado en otro artículo, esta epidemia afecta fundamentalmente
al sector más anciano de la sociedad y por lo tanto más improductivo, tanto en
la producción laboral como en el consumo, no cabe duda de que abrir las
escuelas es prioritario para el desarrollo de esta teoría neoliberal que se ha
impuesto en el Nuevo Capitalismo: producción sin fin y sin obstáculos sin el
estorbo de los infantes.
Las escuelas permanecerán abiertas pase
lo que pase y los medios de comunicación, tal y como ya están haciendo desde el
principio de curso, blanquearán cualquier situación vergonzosa bajo el lema de
la excepción o bien la simpática historia humanitaria y la estupidez de la
autoayuda: la ilusión debe vencer el miedo, nuevo mantra para el rebaño
de la producción.
Y por fin llegará el día del final de
curso, en el cual todo nos podamos reconciliar emotivamente con los cadáveres
que deje atrás el proceso. Habrá un bonito homenaje durante tres o cuatro días,
o dos, o uno, depende a qué precio esté la vida humana entonces en el mercado, y encargando dicho homenaje a una empresa
privada que mantendrá dos metros de distancia y con la presencia de no más de
diez personas relevantes. Ya veo la foto de alguien llorando…
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