Mi instituto va a tener el próximo curso lo que se llama, hay que decirlo con voz engolada, un aula de bachillerato de excelencia (y añádase, ossea). Esta consiste en un grupo diferenciado de bachillerato que tiene de forma exclusiva una mayor profundización de contenidos y, supuestamente, una mayor atención por profesores seleccionados individualmente, me imagino que excelentes también, por la Consejería y la dirección del centro. Los alumnos, además, deben tener una alta nota media en la ESO para formar parte de dicho proyecto.
Pero yo, me he negado a participar. Que
vaya, que desde mi mediocridad no voy a formar parte del circo. Y en este
artículo, si alguien sigue leyendo, pretendo explicar las razones para estar
objetivamente en contra.
Llama la atención que la Consejería de Educación
madrileña, gobernada por el Partido Popular y cuya principal acción de gobierno
es atacar a la enseñanza pública desde infantil hasta la universidad, se
preocupe tanto por dar aulas de excelencia a los centros públicos. Sólo
esto ya debería darnos una pista sobre la conveniencia o no de este modelo.
Parece claro que un gobierno cuya acción permanente es el acoso y derribo de lo
público, no caería en el error de hacer algo bueno para dicho sector. Pero, si
bien esto ya nos señala que el modelo de excelencia (ossea) debe
de ser contrario a la pública y a la educación como ideal ilustrado de
universalidad, algo que también odia el gobierno madrileño, nos faltaría
explicarlo concretamente. Y por ello, hay que analizarlo
En primer lugar, el bachillerato de
excelencia (ossea) discrimina al alumnado. Efectivamente, el hecho
de que determinados alumnos sean escogidos para una mayor profundización
educativa frente a otros que no van a recibirla implica una segregación. Así,
si los alumnos de este proyecto están en un bachillerato de excelencia (ossea),
todos los demás alumnos del instituto deben estar, de acuerdo a la lógica de la
exclusión (y en todos los sentidos), en un bachillerato de mediocridad o
de adocenamiento. Es la defensa de una distinta formación en la misma
etapa educativa: es la defensa del elitismo frente a la universalidad.
En segundo lugar, implica una discriminación
hacia el profesorado. El bachillerato de excelencia (ossea) tiene
una de sus bases en la selección de un profesorado también de excelencia
(ossea y reossea) situado frente al resto de profesores de, ¿lo han
averiguado?, mediocridad. Pero lo curioso aquí es que ambos colectivos han
aprobado las mismas oposiciones y sólo se les puede distinguir por un añadido
servil y colaboracionista: el de excelencia es el que se presenta a excelencia
para cubrir el bachillerato de excelencia (ossea). Ocurre así
algo parecido al ñoño espectáculo del cuerpo de catedráticos, que ya
analizamos AQUÍ. El bachillerato
de excelencia (ossea), como antes el bilingüismo, o las cátedras
o cualquiera de estos ridículos programas, no se propone por su labor educativa
sino social y laboral: generar la división dentro del cuerpo de profesores
repartiendo privilegios y rompiendo así cualquier posible unidad de lucha.
En tercer lugar, este proyecto supone una
discriminación entre los propios centros educativos y la ruptura de la
enseñanza pública como sistema y su conversión en mercado de todos contra
todos. Efectivamente, el bachillerato de excelencia (ossea) sólo es
ofertado por unos centros y no por otros, generando así en cada proceso de
matriculación el desarrollo y refuerzo de un mercado educativo competitivo
donde cada centro va vendiendo características a cada cual más alejada de
cualquier labor educativa y cultural –incluyendo viajes e intercambios y demás actividades
lúdicas propias de un crucero hortera- para atraer a los clientes. Se acaba por
destruir así el ideal de un auténtico sistema público que funcionara como una
red de centros y cuya finalidad última fuera la transmisión de conocimientos y
la formación de ciudadanos. En su lugar, se ofrece un sistema de mercado donde
cada centro actúa privadamente alentando su interés particular y compitiendo
por su supervivencia.
Por último, el bachillerato de excelencia
(ossea) es un ataque contra el propio ideal educativo ilustrado.
Efectivamente, este ideal ilustrado tenía como base la extensión universal de
la razón y el conocimiento en la figura de la igualdad de todos los ciudadanos.
Sin embargo, la excelencia educativa plantea un modelo contrario: el
desarrollo de élites y, en su necesaria contraposición para los alumnos que no
están en dicho proyecto selectivo, de chusma, que directamente va en contra de
la propia democracia y su igualdad. La ciudadanía, una de cuyas bases era la
educación universal y obligatoria, es sustituida por la figura del cliente que
lucha en el mercado educativo, primero, y laboral, después.
La Comunidad de Madrid, en su permanente ataque
contra la educación pública y el ideal ilustrado, comprende perfectamente todo
esto y busca destruir una enseñanza pública universal a la que aborrece. Ahora,
antes por ejemplo fue el bilingüismo, usa las ñoñas y cursis aulas de
excelencia. Resulta normal que gente cuyo máximo ideal de vida sea un ático
y tomar cañitas en libertad, participe activamente y apoye este sistema: una
vida pobre se corresponde con ideas pobres. Pero no sería normal que aquellos
que consideran la educación como un elemento fundamental, participen de un
proyecto cuya finalidad es la destrucción de la enseñanza pública y universal.
La Modernidad y la Ilustración (estas sí con
mayúsculas) defendieron la universalidad de la razón y por eso se desarrolló la
enseñanza obligatoria y universal. Las aulas de excelencia (ossea)
han venido para negar en la práctica este proyecto y extender la mediocridad
meritocrática, ya no sólo a los alumnos sino al propio sistema educativo como tal.
Conmigo, y con muchos otros, que no cuenten para estas payasadas terribles y
reaccionarias: uno fue a la universidad gracias al esfuerzo de toda la sociedad
y en algo se debe notar el aprovechamiento de esos estudios superiores.
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