Sin duda, Zapatero ha sido el peor presidente de gobierno de la democracia española. Teniendo en cuenta qué individuos han pasado, piensen ustedes solo en el anterior, esto puede sonar excesivo ¿Por qué Zapatero ha sido el peor presidente? La respuesta, como siempre, no es sencilla sino que requiere un análisis. Comparar lo que es presentarse como izquierdista y progresista y qué es ser verdaderamente izquierdista y progresista y no meramente un reflejo del populismo tipo Perón. Y para ello analizaremos la labor de gobierno, porque lo que pretendemos es demostrar la coherencia interna entre la primera legislatura, tan apoyada por un amplio sector de la izquierda española, y el final de la segunda y sus recortes sociales.
Lo primero que resalta cuando se analiza la labor del presidente Zapatero en el gobierno es eso que suele llamarse profunda ideologización, la presencia en su labor de un pensamiento progresista que guía su acción. Lo segundo, es el aparente giro dado a partir de mayo de 2010, cuando se realiza el sin duda mayor recorte social de la historia de la democracia española presuntamente en contra del mismo presidente que lo firma. Así, aparece como una contradicción entre ambas fases. Sin embargo, la realidad es que la profunda ideologización de la primera etapa hizo posible el recorte de la segunda.
Durante sus dos legislaturas, Zapatero se centró fundamentalmente en cuatro frentes: en el social con una profunda carga ideológica, en el económico, en el autonómico y en el tema de ETA.
Si uno analiza la presidencia de Zapatero en el terreno social verá efectivamente un montón de proyectos ideológicos: el matrimonio homosexual –por cierto, lo único verdaderamente progresista que ha hecho-, las
leyes de igualdad, la alianza de civilizaciones, el aborto, la
memoria histórica… Efectivamente, eran leyes cargadas de una ideología determinada, pero el problema era determinar cuál era esa ideología fuera de lo que aparentaba. A primera vista parece que cualquiera, y así ocurrió en la primera legislatura, pensaría que estábamos ante un presidente de corte ampliamente progresista. Sin embargo, si nos fijamos algo más en la leyes expuestas, y en el resto de su labor que luego analizaremos, veremos como el aparente progreso no es sino
populismo.
Efectivamente, ninguna de las leyes estrella implicaban una acción económica del estado, una profundización en el estado del bienestar socialdemócrata, sino que todas eran gratis. Es decir, las leyes no aumentaban el estado del bienestar en cuanto una estructura socioeconómica permanente sino que solo se referían a la buena voluntad del estado de intervenir socialmente merced al consejo. Era la idea de un estado paternal y guía que explicaba al ciudadano cómo comportarse pero, al tiempo, no le generaba las condiciones sociales para dicha acción. Una política que solo servía como coartada ideológica frente a la ausencia de acción en el terreno económico y de los derechos sociales. Porque además, estas leyes, excepto el matrimonio homosexual, no implicaban un aumento de derechos sociales de los ciudadanos. Es más, cuando Zapatero ejerció temas sobre derechos sociales –como en tema fiscal o en el tema de natalidad- lo que hizo fue conceder gracias, que no derechos, que iban unidos a su permanencia en el poder como en el aguinaldo de los 400 euros o el cheque bebé: si ganaba las elecciones se cumplirían. Y cuando eran políticas estructurales realizaba acciones fiscalmente regresivas como eliminar el impuesto de sucesiones, lo que conllevaba menos ingresos al estado.
Además, al ir pactando cada vez más competencias a la autonomías, de acuerdo a un plan cuyo único objetivo era el mantenimiento en el poder del gobierno y su capacidad de voto en el parlamento, se iba destruyendo el estado único del bienestar yendo hacia la construcción de una España dividida en regiones ricas y pobres, como
demostró el apoyo al elitista estatuto catalán, porque lo que se buscaba no era una política social sino una política que escondiera los intereses de una oligarquía política y económica. Y así Zapatero pretendió redibujar el mapa de España generando privilegios a unas regiones frente a otras con el fin de garantizar unas provincias leales –en realidad una oligarquía cómplice- que le apoyaran en su permanencia en el poder.
Precisamente, esta idea de las oligarquías que le apoyarían en el poder explica también su ausencia de política económica que era, precisamente, su salvación y respondía a un plan. Sin hacer un solo proyecto económico relevante –para comparar, Felipe González se atrevió a hacer la reconversión industrial- ni el empresariado ni los sindicatos, ambos ricamente subvencionados además, tenían motivos de enfrentamiento con el gobierno. Todo estaba dejado de la mano de la coyuntura económica internacional favorable que hacía que el crecimiento económico fuera la tónica anual. Al tiempo, las leyes populistas, que sin ahondar en un auténtico estado de bienestar sin embargo eran vitoreadas por la autoproclamada izquierda, le permitían presentarse como un adalid del progreso. Y luego, la
polarización política, que le permitía interpretar la idea de que quien estaba contra él era del PP, hicieron del presidente el héroe de la izquierda con
película extranjera incluida.
Así, lo fundamental de Zapatero era su ausencia absoluta de política económica, que dejaba únicamente al ciclo internacional, mientras él se dedicaba en lo nacional a la ridícula demagogia. Ridícula pero con éxito. Efectivamente, Zapatero se convirtió en un paladín de la autoproclamada izquierda al tiempo que consiguió el apoyo de la jerarquía económica, es curioso como un presidente tan progresista e izquierdista ha sido tan bien tratado por empresarios y banqueros, y de una importante parte de la jerarquía política con su juego autonómico, imposible de mantener económicamente en un ámbito de igualdad pues favorecía descaradamente a las regiones más ricas. Zapatero era un peronista agasajador de la oligarquía pero encerrado en un discurso populista y ganaba.
El problema surgió con la crisis económica, que negó consecuentemente en 2008 pues eso le hubiera supuesto poder perder las elecciones, y el fin de ciclo económico. Pero Zapatero respondió con coherencia interna: no hizo nada. Si en toda la primera legislatura Zapatero no tenía política económica, tampoco la iba a tener en la segunda. Esperó a que la situación económica internacional le salvara, pero al no ocurrir vino el momento de la decisión. El país estaba al borde de la bancarrota y Zapatero actuó de acuerdo, y con coherencia, a su política. Primero, sacrificó a los parados que no tenían ninguna importancia sindical –por eso no se tocó a las grandes empresas, se estructuró la construcción o se hizo conversión minera, por ejemplo, y por eso los sindicatos estuvieron calladitos- y segundo se tocó a los pensionistas, que curiosamente tampoco tenían respaldo sindical alguno –y de hecho los sindicatos luego firmaron alborozados un vergonzoso pacto de pensiones-. Al tiempo, se cambió la política fiscal para recaudar más, pero no se hizo sobre impuestos directos o cargando la mayor fiscalidad a las empresas, entidades financieras o a las capas sociales más ricas sino sobre los impuestos indirectos –el IVA- que actuaban contra toda la población. Y hubo un nuevo guiño a ETA con la legalización de Bildu.
Así, Zapatero actuaba coherentemente porque otra vez mantenía alejada de los efectos de la crisis a las estructuras oligárquicas –financieras, sindicales o políticas-. Esto implicaba, por supuesto, hacer recaer la crisis en los sectores sociales más desprotegidos, es decir: en aquellos que no tienen fuerza social para mantener al gobierno. Pero, siempre hay fútbol o memoria histórica.
Pero, alguien, y con buen criterio, puede preguntar: ¿y las elecciones? Bueno, Zapatero guarda dos ases en la manga. La primera, ya comienza a airearse, es que a través de la cesión permanente puede ser que ETA comprenda que ya no le hace falta delinquir para formar parte de esa estructura oligárquica de la que forman parte el resto de nacionalistas y haga un documento en que abandone la lucha armada –pero no se rinda-. La segunda, ya verán, es un golpe de efecto en relación a la memoria histórica: sacar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos o algo similar. Como el PP, con un amplio sector que reconoce al dictador como un padre espiritual, pondrá el grito en el cielo, la polémica estará servida. Y nadie volverá a hablar de economía o derechos sociales -desde luego el PP, no-. Y alguno, ya muy pero que muy de izquierdas, señalará que el tema principal es, sin duda, la República: ¿cuál si no para ser de verdad de izquierdas?